Faltaban
pocos minutos para que las manecillas del reloj marcaran las 2 de la tarde,
caminaba por los pasillos del Hospital cuando el aroma de café empezaba a
apoderarse del ambiente. De pronto, percibo un aroma distinto y suspiro.
¿Será
posible? Hace tanto...era el olor del dulce perfume que usaba cuando la conocí.
Mi
corazón se hace un puño, cierro los ojos y en mi mente aparecen aquellas
delicadas manos y esa tierna mirada que me llenaba de paz y alegría, casi
siento que la escucho y en mi mejilla baja una lágrima. Sacudo la cabeza, abro
los ojos, camino algunos pasos y cruzo algunas palabras con alguien más,
mientras el olor del café termina de llenar los pasillos.
Es
hora de atender unos pendientes a algunas cuadras del Hospital, frente al monumento
de Gardel. Hace días que debí haber terminado eso.
Espero
regresar antes de la hora del café, en la empresa lo tomamos un poco más tarde
aunque igual llevaba un poco más de prisa que lo usual. Había avanzado un par
de cuadras, estaba a la mitad de camino cuando de pronto veo un cabello
desacomodado y una frágil figura cargando una mochila, caminando a pocos metros
de mí, era ella. La que una vez amé. El dulce aroma de su perfume fue casi una
premonición. Me tiemblan las piernas y el corazón quería salirse de mi pecho; como
cuando nos dimos aquel primer beso, algunos años atrás.
Hace algún
tiempo caminábamos por estas mismas calles; de la mano, codo a codo, suspirando
el uno por el otro, buscando alguna cafetería o simplemente dando un paseo y
conversando de nuestras vidas, haciéndonos el bien el uno al otro.
No
puedo detener la marcha, me esperan por el portón junto a Gardel. Procuro
acelerar mi caminar, paso a su lado
tratando de que no me mire, realmente la última vez que hablamos las cosas no terminaron bien. Fue imposible, sorprendida
me saluda y me abraza-quisiera que este momento fuera eterno-. La belleza de su
pálido rostro opacó a las flores de verano de los Robles Sabana.
¿Qué
andas haciendo por acá? le digo, un poco confundida me dice: Me voy para Argentina...por
fin saldré para continuar mis estudios.
Un
poco enojada o tal vez confundida, me explica la situación y solo trato de
asentir con la cabeza, no puedo sentir más que una profunda alegría, por fin
cumplía uno de sus mayores sueños. Pasa por mi cuerpo aquel recuerdo de cuando
nos conocimos y nuevamente suspiro.
Los
dos íbamos con apuro, fue una charla corta, le deseo la mayor de las suertes y
separamos de nuevo nuestros caminos, frente a la estatua de Gardel. Ella
continúa a dejar algunos documentos y yo a atender mis asuntos, antes de que se
cumpliera la hora del café. Pasó tanto en tan pocos minutos.
Hacía
casi un año no la veía, y hacía un poco más había pasado uno de los ángeles de
Silvio para arrebatarme a aquella mujer que una vez amé, y que con un sorbo de
café y con mi alma estremeciéndose, supe que nunca dejaría de amar. ¿Será que
estoy derrotado o será que el destino nos dará una nueva oportunidad alguna
vez?
por: Mario Vargas B.