La poesía, la madre
La poesía, antípoda de la ciencia, restituye al mundo su
unidad. La ciencia lo desmembró y atomizó. En virtud del pensamiento
analógico, la metáfora y la sinestesia, la poesía lo reconstruye como
misteriosa urdimbre de relaciones y correspondencias sensoriales, como
totalidad, como organismo. La poesía es, siempre, nostalgia de unidad
primordial, reminiscencia dolorosa de lo indiviso.
La
ciencia cataloga la realidad. Luego llega la poesía, restituye el caos
original y propone del mundo un nuevo principio estructural. No es la
negación del orden: es la maravillosa plenitud de un orden, que, desde
nuestra miope perspectiva, nos hace el efecto de un pandemónium
inextricable.
“La poesía mira por sobre los hombros
de la ciencia”, decía Machado. Esta desintegra, aquella reintegra. La
vocación integradora, analógica de la poesía (ver monstruos ahí donde
hay molinos de viento) es percibida como alucinación, insania, cuando
es, en realidad, la forma suprema de la lucidez. Como capacidad para
reconocer relaciones, la poesía representa la más pura expresión de la
inteligencia.
Su principio operativo es la identidad.
Asimila realidades heteróclitas, en apariencia irreductibles e
inconmensurables. Detecta su vínculo profundo y esencial, y lo celebra.
La metáfora restituye el hijo a la madre.
Más allá
de su definición retórica, lingüística o literaria, su existencia
responde al anhelo de reintegración. La metáfora, alma de la poesía… es
volver a casa.
Jacques Sagot
Periódico La Nación, Opinión
14 de septiembre del 2015
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